El baloncesto completó un círculo de felicidad completa en Atenas con el oro que convierte al país suramericano en el 'Señor de los Anillos' de los dos grandes deportes de equipo de los Juegos, el baloncesto y el fútbol, ambos en manos de Argentina, grande sobre el césped, pero mucho más grande sobre el parquet.

Pepe Sanchez y Gaby Fernandez celebran el triunfo
La albiceleste perdió el Mundial ante Yugoslavia en un final polémico. En los Juegos griegos ha sufrido una durísima primera fase, con derrotas frente a España y la propia escuadra 'azzurra' (75-76); un cruce de semifinales en el que nadie daba un duro por ella, merced a la presencia de los Estados Unidos (81-89); y una final donde muy pocos países han tocado el éxito.
Mucho menos, un éxito como el del grupo de Rubén Magnano. El éxito total, incontestable. Los argentinos sí. A la primera. Sin experiencia previa. Una final, un título. Cuarenta minutos y el pasaporte a la gloria. Magnano y sus hombres lo han merecido más que nadie. Por su capacidad para sufrir, para no perder la fe, para vaciarse cada noche, para jugar al baloncesto, para creer.
Argentina es una selección cargada de valores deportivos: fe, deseo, ambición, respeto al rival, al escudo, a sí misma. Es, sin réplica posible, la campeona olímpica. Con un triunfo ensalzado por la nobleza de Italia, la Italia de siempre, fiel a las citas históricas. Pocas selecciones en el mundo saben exprimir como la italiana sus virtudes. Una siempre les acompaña: la defensa. Con un corazón que se les sale del pecho. Aferrados a dos tiradores de exhibición -Basile y Bulleri-, a un hombre interior de corte clásico -Marconato- y a un todoterreno que siempre responde -Galanda-, la defensa les hace enormes, les hace subcampeones olímpicos veinticuatro años después de alcanzar la plata en Moscú'80.

Herrmann corta la red de la canasta
Los maestros itálicos probaron a los 'alumnos' del continente americano -siete jugadores comparten pasaporte ítalo-argentino-. Les pusieron en la tesitura de homologar su raza de campeones en la arena del coliseo olímpico, el 'circo' más grande que existe en deporte. Y Scola, sobre todo Scola, les dejó nítidamente que la lección está bien aprendida.
Después del último intento de Italia, a falta de ocho minutos (59-61), Argentina puso rumbo al oro con una autoridad y una determinación propia de los elegidos, de los más grandes. La calidad de su rival, la entereza de los italianos, agrandó la gesta albiceleste: Italia y Argentina, Argentina e Italia, oro y plata, plata y oro.
